Por aquel entonces ya se sentía parte
de la ciudad, del arco iris que formaban las líneas del metro, de
las 500 caras que las fachadas le ponían al pasar, de la
hiperactividad generada por los rayos de sol al acariciar su piel, de
los pasos de más que tenía que dar para cruzar los semáforos, de
las a veces destartaladas bicis rojas con su particular seña de
identidad... Sólo en determinadas ocasiones una ráfaga de realidad
le azotaba y le hacía plenamente consciente de los 1.300 kilómetros
y las 60.000 diferencias culturales que le separaban de su ciudad
natal...
Hacía ya unos cuantos días que el
corazón sólo encontraba tregua en el progresivo desgaste de las
suelas de sus zapatos que se fundían en la acerca, como si cada paso
que diera incrementase las posibilidades de encontrarla, de
encontrarse... A la misteriosa fuerza que tiraba de su estómago le
daba exactamente igual la ruta que su cerebro tuviera programada y
siempre acababa reconduciendo sus pasos hasta el dichoso portal de la
calle Aribau, allí desearon volver a verse pocas horas después de
haberse topado en el camino.
Perdido en el rojo del vado que
prohibía aparcar a esa altura de la calle, percibió que una
presencia en busca de respuestas se había instalado a dos palmos de
su nuca, se giró y se volvió a perder en el océano de sus ojos
negros...
http://www.youtube.com/watch?v=fczPlmz-Vug
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