Esa especie de coraje que te otorga la
ignorancia de la inexperiencia fue lo que me llevó a esperar sentada
en la terraza de aquel café bajo los primeros rayos del sol de
abril.
Trataba de acelerar el paso del tiempo
leyendo las noticias del periódico que se encontraba sobre la mesa
pero éstas parecían insignificantes en comparación con la gran
hazaña que estaba a punto de realizar. Sus letras resbalaban por mi
mente como pequeñas gotas de lluvia que golpean contra la ventanilla
del vagón de un tren de alta velocidad.
Me decía que en la vida una ha de
poner voz a sus pensamientos para que no se queden revoloteando por
allí adentro, convertidos en ovillo de lana que se entrelaza con la
realidad impidiéndote ver más allá de toda esa maraña. Una ha de
luchar por sus intereses aún sabiendo que ello puede acarrear la
pérdida de ciertas cuestiones que a corto plazo hacen vibrar y
dibujan una sonrisa en la cara.
Mi profesora de teatro de la escuela
siempre me decía: “tienes que tener claro lo que realmente quieres
conseguir a través de tus acciones y palabras y, por lo tanto, qué
pretendes alcanzar con dicha puesta en escena. Una vez que lo sabes,
ya te puedes dedicar a perfilar los matices de tu personaje e idear
un atrezzo que te vaya como anillo al dedo para bordar dicho papel”.
Sentía que el festival de fin de curso del colegio, donde yo siempre
actuaba, estaba a punto de comenzar y que no sabía si tenía del
todo claro lo que pretendía.
Por la contundencia con la que revolvía
una y otra vez el café de mi taza, pareciera que el azúcar no se
fuera a disolver jamás... Contundencia...la contundencia suele
resultar complicada de combinar con la suavidad... Puesto que la
contundencia normalmente se asocia a la dureza y la suavidad a la
pasividad. Sin embargo, esta combinación es más sencilla de lo que
a primera vista parece y opino que consiste en liberar pequeñas
dosis periódicas de palabras claras que defiendan los intereses
propios y tengan en cuenta que el otro, como ser de la misma
condición, también siente y padece.
De pronto, le vi torcer la esquina de
la calle y mi corazón decidió ponerse a brincar para ver si en uno
de sus saltos conseguía fugarse por mi garganta y echar a andar...
Respiré hondo... 3... 2... 1... Que comience la función.
http://www.youtube.com/watch?v=tpeIePQpSuU
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