sábado, 25 de mayo de 2013

Inquebrantable tranquilidad...


Las chicas y yo ya teníamos como costumbre desayunar juntas todos los domingos en la azotea del edificio. Normalmente, Clara era la más madrugadora y siempre bajaba al “fornet” de la esquina a comprar croissants recién hechos. Se levantaba con una energía que me tenía fascinada... Yo, más bien, parecía un zombie incapaz de conectar una idea con otra sin mi dosis básica de cafeína diaria.
Sin embargo, ese día mi cabeza había pasado la noche revuelta y con un brinco enérgico tomé verticalidad particularmente temprano. Últimamente, las ideas parecían haberse amontonado en mi mente y revoloteaban, impidiéndome pensar con claridad o dirigir mis pasos en alguna dirección.
Taza de café en mano, subí las empinadas escaleras que llevaban a la “terrasa”, quería respirar la desconcertante tranquilidad que la ciudad emanaba las mañanas de domingo, me gustaba divisar cómo el sol iluminaba los tejados de una ciudad que, a aquellas horas, parecía fantasma.
Siempre me ha resultado fascinante cómo un mismo hecho, persona o lugar puede presentarse con caras tan diferentes... Hacía unos 2000 amaneceres que vivía allí y seguía sorprendiéndome cuando los miércoles la ciudad huía de mí a pasos agigantados y yo me veía incapaz de alcanzarla por más que corriera y, días después, esa misma ciudad se tumbaba al sol con una calma que parecía no ir a quebrantarse jamás.
Mientras radio3 desde la radio saludaba al día y hacía bailar a mi corazón con Edward Sharpe & The Magnetic Zeros, tomaba conciencia de las ganas que tenía de sentir, de que sucediera algo que me dejara sin aliento, algo que rompiera en mil pedazos aquella inquebrantable tranquilidad...








http://www.youtube.com/watch?v=rjFaenf1T-Y

2 comentarios:

  1. Cuando uno menos lo espera, una tormenta puede romper un día claro y soleado. No suele ser siempre, es más, son escasas ocasiones excepcionales.
    Pero sucede, es entonces cuando falta el aliento y se rompe el día, día tras otro.

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  2. Y esos momentos te siguen sorprendiendo, sin previo aviso... A veces hay que cazarlos al vuelo porque como vienen se van, dejándote un sabor un tanto agridulce y la melena despeinada...

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