Llevaba varios meses sin encontrarse
del todo consigo mismo, se perdía entre tanta confusión... Ideas,
que bajo la luz del sol resultaban brillantes, parecían perder
resplandor al contacto con la almohada.
Pasaba las semanas en busca de señales
luminosas que le indicaran el camino a seguir. Cada idea prestada era aire que se colaba por una rendija para ventilar la cargada habitación
que componían sus pensamientos. Trataba de extraer la esencia a cada
ejemplo ilustrativo que se cruzara en su camino. A veces, frases de
conversaciones ajenas cazadas al vuelo contoneaban las cortinas a
modo de ráfagas de viento. En otros momentos, debía su gratitud a
los grandes como Benedetti o Baudelaire, los cuales, con manos
firmes, le abrían las ventanas de par en par. Y, en la mayoría de
ocasiones, eran sus amigos más próximos los encargados de abanicar
sus dudas y de llenarle la habitación con olor a primavera.
Aquel día pintaba como cualquier otro,
el despertador estaba programado para saltar a las 08:00 y lo primero
que haría tras levantarse sería preparar un café bien cargado. No
sabría decir qué le llevó a abrir los ojos a las 07:37 ni por qué
no se sentía con ánimos para café. Sin embargo, aquella mañana,
bajo ese estado alterado de conciencia, entre la vigilia y el sueño,
una señal gigante comenzó a parpadear delante de sus ojos y,
entonces, lo vio todo claro.
Hay días en los que vagamos a la
deriva hasta que, de un golpe, la ventana se abre dando paso a la
lucidez.
http://www.youtube.com/watch?v=N1uTrIJCAOU
Y siempre papel y boli en la mesita para apuntarlo, no sea que, como ha venido, se vaya.
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