martes, 18 de junio de 2013

Tarritos de cristal...


¿Y si se pudieran envasar sensaciones dentro de pequeños tarros de cristal? Desde muy pequeña he soñado con que esto fuera posible.
Recuerdo cuando mi madre se marchó con un par de amigos y una furgoneta roja al Sáhara. El caso es que regresó con las maletas repletas de exóticos cachivaches, parecía que iba a liarse la manta a la cabeza y montar un mercadillo ambulante... A pesar de tanto objeto como sacado de "Las mil y una noches", lo que más me llamó la atención fue un pequeño tarro de cristal que contenía arena de un color que mis ojos no habían visto nunca antes.
Durante muchos años, ese pequeño trozo del continente africano nos observaba desde la repisa de una de las estanterías del salón y me fascinaba aquel contacto con la cultura de Ali Baba, de los cuarenta ladrones, de Aladino e incluso de Abú. Por ello, algunas veces no podía evitar meter un dedo dentro del delicado tarro y materializar dicho contacto... Sólo lo hacía muy de vez en cuando por miedo a que el preciado tesoro se desgastara.
Ahora me encantaría poder llenar la casa de tarritos en los que guardar ciertos momentos para poder acariciarlos cuando al alma se le encaprichara. Hoy, por ejemplo, vertería el roce del tan esperado calor del sol en las alturas de una ciudad que cada segundo me pide a gritos que no vuelva a casa, que salga a la calle, que descubra lo que se esconde tras sus recortadas esquinas, mientras juega conmigo al escondite y hace de cada paso una divertida aventura.







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